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“La gran contemporaneidad del teatro de Lope nos reta a devolver sus historias al espectador de hoy con la misma riqueza con las que fueron concebidas, y no como el dibujo de una sociedad pasada, sino como retratos de hombres y mujeres que podríamos ser nosotros. La acción permanente junto al movimiento interno y coreográfico de sus versos precisan que la puesta en escena y los actores y actrices estén cambiando permanentemente como personajes. Son el reflejo de la constante variación del ser humano que, a velocidad de vértigo, se modifica a sí mismo y a los demás, en un obstinado y tenaz entorno mudable. Las obras de Lope no son naturalistas, no requieren recargarse de accesorios, necesitan más energía y fluidez que la vida cotidiana. Lope crea su propia realidad y sus personajes se mueven con cada incidente. Sus textos exigen este movimiento ya que en su obra, como gran coreógrafo de palabras, sentimientos y emociones que fue, hay una vitalidad sin límites.
La simplicidad necesaria en el salto de esta historia al escenario, su musicalidad poética y el permanente fluir de sus personajes, trasciende a la narrativa de La dama boba, convirtiéndose en su argumento principal, construyendo —tanto para el personaje como para el espectador— un equilibrio perfecto entre su fondo y su forma, entre nuestra razón y nuestro corazón, entre el deber y el querer. Los aspectos más característicos del teatro de Lope de Vega, estas historias psicológicas turbulentas que están adornadas con un lenguaje de belleza rica e ingeniosa, que sirven de paisaje a sus obras y que hacen del mismo uno de los autores más relevantes en la historia de la literatura universal, se entrelazan de manera magistral en esta pieza y permiten poner frente al espectador el intrincado juego de aspiraciones, contradicciones, ambiciones, amores y celos que componen la obra en su contexto original, mostrándonos cuán parecidos somos.”
—Rodrigo Arribas